07.04.2005

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07.03.2005. (Bogotá) Por Redacción RCA
El maestro internacional colombiano Boris De Greiff ha editado recientemente su tercera obra ajedrecística titulada "Jaque al olvido" que se aleja un tanto de las anteriores de enfoque internacional para dedicarse en esta a una recopilación periodística de los momentos mas importantes y significativos del ajedrez colombiano en los cuales De Greiff ha tenido una presencia activa.
El libro esta dedicado a la memoria de su gran amigo y compañero de lides Luis A. Sánchez M. y contó con el apoyo decisivo para su publicación de las empresas Seguros Bolívar y Empresas Públicas de Medellín, sucursal de Bogotá.


Boris, Halmar y León De Greiff. Daniel Arango los acompaña.

Una vivencia con el ajedrez del expresidente de la República Belisario Betancur le sirve de prólogo para pasar de inmediato a las anécdotas del ajedrez colombiano con la visita del campeón del mundo Alejandro Alekhine y su exhibición de partidas en el bogotanísimo Teatro Colón.
Toda una obra que los buenos aficionados deben tener en su biblioteca y que esta a la venta en las mejores librerías del país.

LA CAMPEONA NACIONAL ADRIANA SALAZAR PUBLICA SU PRIMER LIBRO

 

"Si el maestro conoce como piensa su alumno y le ayuda a descubrir la fuente del acierto o del error, sin duda le está dando pautas adecuadas para acertar en la diversas situaciones escolares y cotidianas. Es decir, lo importante es saber hacer la transposición a la vida de cualquier experiencia llevada a cabo en el tablero..

De otra manera, enseñar ajedrez en las escuelas solo tendría como objetivo crear jugadores para el  campo competitivo y se correría el riesgo de desviarse del principal propósito: desarrollar las capacidades mentales de todos los niños y niñas de nuestras aulas para hacerlos mejores y mas felices."

En esta forma es como la maestra internacional colombiana Adriana Salazar V. define en la contratapa de su primer libro recientemente publicado uno de los propósitos que se buscan cuando se enseña el ajedrez.  "Juega el maestro .. y gana los niños", título poco usual para una obra sobre el ajedrez, consta de doscientas setenta y un páginas de muy buena presentación general, con numerosas ilustraciones y ayudas,  editada por la Fundación de la Madre del Pilar Mas que tiene su origen la ciudad española de Barcelona.

La autora, nueve veces campeona nacional, entre 1981 y 1996, con infinidad de títulos de competencias y experiencias docentes ha plasmado sus ideas a través de once capítulos: 1. Primeros Pasos. 2. Pautas sobre táctica. 3. Cómo estudiar una partida. 4. Pautas sobre estrategia. 5. Ataques directos al rey. 6. Pautas sobre el final de la partida. 7. Iniciación al mundo de las aperturas. 8. Campeones mundiales. 9. Juegos paralelos. 10. Galería de problemas. 11. Soluciones de las fichas para el alumno.

En su parte introductiva, la maestra internacional, expone calidamente sus vivencias con un tema que no es usual en los libros que se escriben sobre el ajedrez y que tampoco es lo suficientemente explotado en el aula o por quienes en algún momento desempeñan la función de orientar en sus primeros pasos al niño o niña ajedrecista: el tema de los valores y la ética. Antes de conocer el enfoque de la maestra Adriana Salazar se han colocado vinculos a los temas que ella desarrolla para el caso de una consulta rápida, recomendando de todas formas la lectura completa del tema que sirve como abrebocas para conocer toda la obra.

El respeto. Responsabilizarse de sus actos. Acatar normas. La cortesía. El éxito y el fracaso. Perder y ganar. Perseverancia encierra disciplina, voluntad y tenacidad. Autoestima. Autocontrol. Relación Padre- Hijo.

...y para crecer en valores “

Era  muy  pequeña Ana María cuando jugó su primera partida de ajedrez. Sentada frente al tablero, balaceaba los pies intentando colocarlos en el suelo. Su mirada contemplaba las pieza... y a veces divgaba. De improviso su compañero de juego exclamó:

- ¡ Jaque Mate ¡ Ana María miro fijamente el ajedrez, comprobó que la partida hacía concluido, estiró la mano para felicitar a su adversario y saltó de la silla rápidamente en busca de su profesor.

Juntos repitieron todos los movimientos hechos en la partida y los analizaron.

El profesor pudo detectar que Ana María inventaba planes ingeniosos pero fallaba al calcular las jugadas. Ella Comentó su dificultad para concentrarse durante todo el juego y la impaciencia que sentía cuando su adversario tardaba un poco en jugar. Confesó que la entristecía la derrota y, sin embargo, deseaba jugar una partida más.

Aprovechando la ocasión, conversaron sobre la alegría de jugar la simpatía de su contrincante, la paciencia, la aceptación del error, la cortesía y la valentía.

Probablemente Ana María progresará en el ajedrez, pero con certeza, será una mejor persona, gracias las palabras oportunas de su profesor.

Colocar el ajedrez al servicio de la educación tiene como finalidad cultivar valores y desarrollar el arte de pensar. Más allá de enseñar complejas jugadas y variantes agudas, el profesor tendrá la posibilidad de ampliar su campo de acción para continuar la sana construcción del mundo interno de los niños.

Me referiré a los valores que con mayor evidencia se pueden forjar a través de la pedagogía del ajedrez, basándome en experiencia directa con mis alumnos a lo largo de varios años.

El respeto es una condición imprescindible para que una partida se lleve a término. Desde el primer encuentro con el ajedrez, los niños aprenden a respetar el turno para ejecutar cada movimiento, a esperar en silencia y sin incomodar a su compañero mientras piensa la jugada, a compartir el tablero como un espacio común y a entender que el otro es indispensable para construir el juego.

La conocida norma “pieza tocada, pieza jugada” es una forma de asegurar el respeto y la cordialidad entre los jugadores. Si se quebranta reinará el enojo. El maestro puede además, utilizar esta norma infranqueable para enseñar a sus alumnos a responsabilizarse de sus actos.

Crear una conciencia en los niños sobre las consecuencias de sus actos es una labor ardua para los educadores. Con el ajedrez, las palabras son necesarias porque cualquier error cometido durante la  partida trae efectos inmediatos. Normalmente el contrincante detecta la equivocación y aprovechas las posibilidades, con lo cual tácitamente dice “ asume las consecuencias” o “ piensa antes de actuar”. Por fortuna, las jugadas buenas y los planes acertados también se premian.

Todas las reglas del ajedrez son fijas. Ningún jugador las puede alterar según su conveniencia y esto incluye a los niños. Acatar las normas es una de las condiciones indispensables para la convivencia armónica  y por lo tanto, desde temprana edad se debe interiorizar este requisito. Acudir a un juego cuya naturaleza es exigente en su reglamento es un buen entrenamiento para los pequeños. De hecho, muy pocas veces he tropezado con alumnos que pretendan alterar el reglamento, basta que sea explicado con precisión y ellos lo respetan, al igual que el de cualquier juego espontáneo que se inventen. ¿ Ha observado lo justos y honestos que son los niños cuando crean colectivamente sus propios juegos? Ellos establecen condiciones equitativas e inamovibles que cumplen hasta el final. Aunque no puedan verbalizar claramente, saben que la anarquía  sólo causa dificultades que para vivir en armonía se necesitan reglas firmes.

Así como son indispensables estas reglas para una buena convivencia, también lo son las reglas de cortesía. Sin ellas,  la vida resultaría áspera y poco amable. Es una obligación colectiva procurar bienestar a quienes nos rodean, y una de las maneras es incorporando en nuestra cotidianidad  la cortesía.

Con frecuencia podemos ver madres insistiendo para que sus hijos pequeños saluden, se despidan, agradezcan y soliciten un favor. Ellas saben que parte del éxito del proceso de socialización consiste en convertir estas actitudes en hábitos espontáneos.

En el ajedrez, también existen normas de cortesía que son un ritual. Resulta emocionante presenciar este acto en la gran sala de la Olimpiadas Mundiales por Equipos donde se reúnen cientos de ajedrecistas procedentes de casi todos los países. Luego de que el árbitro anuncia el inicio de las partidas, todos estrechan sus manos como símbolo de amistad sin importar las diferencias de razas, edades, religiones, nacionalidades y posiciones políticas. De igual manera, al concluir la partida, el ritual se repite. El perdedor felicita a su contrincante y el ganador evita festejar escandalosamente su victoria frente al oponente. Eso es lo cortés: comportarse con humildad y prudencia.

El maestro puede aprovechar los festivales infantiles o encuen­tros amistosos para promover las normas de cortesía y las buenas maneras que ayuden a una plácida convivencia en sociedad. Me atrevería a sugerir que no sólo las “promueva” sino que las “exija”.

 

En especial, después de la derrota, el niño debe aprender a feli­citar a su contrincante, a reconocer su triunfo y a evitar las excusas falsas que intenten rebajar el éxito del otro. Este momento, que pue­de parecer un poco difícil para un niño, es preciso para hacerle entender que el éxito y el fracaso son fluctuantes y que ninguno de los dos altera su valor como ser humano.

 

Más importante que ganar o perder una partida es aprender a desenvolverse en cualquiera de las dos situaciones. Ganar es un riesgo, perder una oportunidad. Aunque parezca contradictoria la expresión, es lo que he observado durante mi vida competitiva. Muchos jugadores favorecidos por las victorias se cegaban con su propia imagen y caían presos de la sobre valoración de sus capaci­dades; otros, en medio de la derrota, decidían duplicar su estudio y preparación. Gracias a Dios tuve la fortuna de conocer bastantes maestros que siempre comprendieron la dimensión exacta de la derrota y del triunfo. Manejar este tipo de situaciones con los niños, exige claridad por parte del maestro acerca de lo prioritario, y a la vez, brinda una excelente oportunidad para ayudar a crecer a un ser huma­no. Igual que en el ajedrez, en la vida se gana y se pierde constan­temente. La diferencia es que en el ajedrez podemos colocar las piezas tan rápido como queramos para empezar de nuevo, pero en la vida tardamos un poco más e incluso, algunas veces no existe una segunda oportunidad. No obstante, el ejercicio de aprender a perder y ganar a través de una simple partida de ajedrez puede ser una experiencia que por transferencia se aplique a la cotidianidad.

Es posible que entre sus alumnos se encuentre el niño “eterno ganador”, quien se caracteriza por lograr todo tipo de metas. Sin embargo, él puede sentirse presionado por las exageradas alabanzas de sus padres y la permanente expectativa ante la posible reiteración de la victoria que, en muchos casos, se traduce como la obligatoriedad del triunfo para asegurar el amor. El problema no radica en que se desempeñe bien en el ajedrez (u otra activi­dad), yace en la incapacidad de los adultos que le rodean para darle parámetros válidos de compresión y comportamiento. Recuerde, no se trata de “fabricar” campeones, se trata de for­mar personas.

 

El horizonte del “eterno perdedor” puede ser desconsolador si se impregna del negativismo y la baja autoestima. Usualmente, abandona la lucha antes de iniciarla, manifiesta desinterés por la actividad aunque en el fondo desea avanzar, se deprime y siente miedo.

 

Este niño necesita un adulto hábil que le explique la inversión que ha realizado en su tabla de valores y que tenga la fuerza sufi­ciente para devolverle la confianza en si mismo, que en la mayoría de las veces ha sido atrofiada por la imprudencia de alguien que le repetía una y otra vez no puedes lograr las cosas.

 

Estos niños necesitan un maestro a su lado para poder forjar un mundo interno fuerte y sano.

 

Ante las dos situaciones, ganar y perder, existe la posibilidad de sembrar la humildad. En el triunfo, al no hacer alarde del logro y en la derrota al aceptar el error y apreciar las capacidades del otro. Siempre habrá una oportunidad para referirse a los valores, el asun­to es permanecer atento a la ocasión.

Forjar un carácter perseverante en sus propósitos es una de las metas que con mayor frecuencia anhelan los padres y maestros. Y es que la palabra perseverar encierra otras cualidades como la disciplina, la voluntad y la tenacidad, sin las cuales ninguna vida pue­de ser fructífera y coherente. Atemoriza educar y no conseguirlas.

 

En 1995 recibí una de las mejores lecciones sobre el significado de estas palabras. Tuve la fortuna de ser árbitro auxiliar del Cam­peonato Mundial Infantil en Brasil. A lo largo del evento fui testigo de la fortaleza física y mental de más de veinte niñas que apenas cruza­ban los diez años. En cada movimiento parecía que pusieran su vida en juego y aunque el cansancio las agobiara, seguían luchando. Pocas veces se levantaban de su mesa de juego y aún después de finaliza­da la partida que en promedio duraba cuatro horas, marchaban con su entrenador a la sala de análisis. Me preguntaba cuánto tiempo habrían invertido en su corta vida estudiando disciplinadamente, y cómo habrían adquirido ese grado tan alto de voluntad y tenacidad.

 

Supuse que la última ronda del Campeonato sería más breve por­que todas adolecerían de fatiga y total... varios puestos de la tabla final ya estaban definidos. ¡Al contrario, fue la sesión más larga!

 

Como siempre, los niños son los mejores maestros.

 

Volviendo a los niños que entrarán en el mundo del ajedrez a través de sus clases, (porque espero que las inicie o las continúe) podrá deleitarse observando cómo intentan, una y otra vez, resol­ver problemas de “jaque mate en una jugada” o similares. Hasta el alumno más inquieto o incluso apático no podrá resistirse a hacer gala de su tenacidad, voluntad y disciplina de espíritu. Por supuesto, fluirán más estos valores si son acompañados por la autoestima.

A lo largo de estos años de compartir el ajedrez con los niños y las niñas, me ha impactado descubrir que muchos de ellos adolecían de baja autoestima. Normalmente presentaban los mismos “síntomas”: ojos tristes, pocas sonrisas, timidez, temor a los adultos, desconfianza y las palabras patéticas “no puedo” incorporadas a su vocabulario.

Curiosamente, o más bien, lógicamente, coincidían en el bajo rendimiento escolar. Sus evaluaciones incluían notas sobre fallas de atención, concentración, análisis, cálculo, etc, lo que ocasio­naba poco aprendizaje. En varios casos se trataba de anomalías espe­cificas que superaban al acudir a profesionales de distintas áreas, ero muchas veces era un problema de autoestima. ¡Lo que no estab­a bien era el corazón, el mundo interno! Los niños pueden decir claramente qué parte del cuerpo les duele pero difícilmente logran explicar su malestar emocional y menos aún cuando se sienten agredidos por los adultos. Los maestros tenemos que desarrollar el arte le pensar y sentir como niños y además aprender a escucharlos aun cuando no hablen. Así podremos educar mejor.

 

Nadie se puede sentir bien si no se quiere a sí mismo, y aunque parezca una verdad de Perogrullo, con frecuencia se olvida en la casa y en el aula de clase. Sólo a partir de que el niño se acepte y crea en sí mismo empezará a construir su autoestima. Aclaro que la con­fianza en sí mismo no nace únicamente de la continua reiteración de frases alentadoras sino de la profunda convicción de las propias capacidades. Es importante que el maestro aprecie y elogie los pequeños trabajos logrados por sus niños, pero es más significati­vo que les abra un horizonte al niño donde puedan conocer todo su potencial y se hagan conscientes de sus posibilidades.

 

El aprendizaje del ajedrez, dirigido por un maestro para quien lo prioritario sea la construcción del mundo interno de los niños, es un recurso pedagógico invaluable para afianzar la autoestima. Mos­trándoles paso a paso el juego y llevándolos por los procesos de pen­samiento gradualmente, lograran progresos insospechados, pero el mejor será, la convicción de poder hacer, solucionar y pensar, por­que se revertirá en autoestima.

Ojalá a sus clases asistan los niños, las niñas, la alegría y el optimismo. No es necesario ninguna explicación científica para saber que el aprendizaje fluye en presencia de ellos porque son alimento para el espíritu.

Escribir sobre la relación entre los valores y el ajedrez implica necesariamente referirse a la paciencia, casi un sinónimo del juego ciencia. La mayoría de personas que presencian un torneo por primera vez, exclaman: ¡qué paciencia! Y tienen razón. Es necesario una gran dosis de paciencia para permanecer varias horas sentado fren­a un tablero intentando construir, jugada tras jugada, una estrategia. Ese tiempo no es tortuoso, por el contrario, resulta placentero poder divertirse jugando con ideas. ¿No le parece maravilloso?

 

Esta característica del ajedrez bien la podrá aprovechar para ayu­dar a los niños impulsivos e intolerantes. Es cierto que la falta de autocontrol aparece en las primeras edades, pero no significa que deba permitirse y ser laxos ante ello. Es urgente tomar medidas rápidas antes de la adolescencia.

 

Uno de los aportes más valiosos que puede ofrecer el educador a un niño es enseñarle a ser dueño de sí mismo, y este aprendizaje nace de la observación interna, de la posibilidad de inspeccionar el mundo emocional y conocer sus reacciones.

 

¡Qué alegría más grande regalarle el ajedrez como un instru­mento que le podrá ayudar a conocer su interior! Allí, cuando esté sentado frente a un tablero en completo silencio, sólo escuchará el latir de su corazón y no tendrá más remedio que conversar consigo mismo y vivir esa íntima soledad que nos obliga a enfrentarnos a nosotros mismos.

 

El hecho de permanecer en silencio durante unas cuantas horas no significa que el pequeño ajedrecista se convierta en un ser aislado. ¡Nada más falso! Durante la partida seguramente estará centrado en sí mismo, absorto, pero una vez concluya, compartirá con sus amigos.

 

Una de las cosas que más agradezco de la experiencia pedagógi­ca es la amistad de mis alumnos, que se ha fortalecido con el paso del tiempo aunque ellos crezcan y vayan escogiendo caminos diferentes. Así como hemos gozado siendo equipo en los torneos, también hemos reído con juegos que no son precisamente ajedrez. Compar­timos clases, viajes, situaciones adversas, momentos felices, triunfos, derrotas.., por lo tanto, ¡siempre seremos amigos!

 

Imagine por un momento a sus alumnos en la tercera edad, cuando ya no puedan reunirse a jugar fútbol o baloncesto. ¡Qué satisfactorio sería verlos jugando una partida de ajedrez! Tendrán otro motivo para continuar su amistad, un motivo que aprendie­ron desde niños.

 

Más de una relación padre-hijo se ha estrechado gracias al aje­drez. Mi caso personal es uno de ellos. El ajedrez, al tener ese aire de ‘juego-adulto”, permite a los padres desenvolverse con comodidad en él y en consecuencia, lo encuentran grato para compartir con sus hijos.

 

Para algunas personas no es sencillo habituarse a la lúdica infantil porque se sienten atropellados en su naturaleza; sin embar­go, desean compartir espacios recreativos con sus hijos. El ajedrez es una opción intermedia al cual tienen acceso tanto niños como adultos.

 

Todo educador, maestro o padre de familia quiere transmitir valores, ya que es bien consciente de que sólo cuando consiga aque­llo que ha enseñado, pasará a formar parte del acerbo de sus alum­nos y le será útil para la vida. El ajedrez es un instrumento lúdico y eficaz para ayudar a conseguirlo.., y es patrimonio de los niños y las niñas.”

 

Escrito y fotos tomados del libro de la maestra Adriana Salazar V. titulado “ Juega el maestro... y ganan los niños