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07.03.2005.
(Bogotá)
Por Redacción RCA
El maestro internacional colombiano Boris De Greiff ha editado recientemente
su tercera obra ajedrecística titulada "Jaque al olvido"
que se aleja un tanto de las anteriores de enfoque internacional para dedicarse
en esta a una recopilación periodística de los momentos mas importantes
y significativos del ajedrez colombiano en los cuales De Greiff ha tenido una
presencia activa.
El libro esta dedicado a la memoria de su gran amigo y compañero de lides
Luis A. Sánchez M. y contó con el apoyo decisivo para su publicación
de las empresas Seguros Bolívar y Empresas Públicas de Medellín,
sucursal de Bogotá.
Boris, Halmar y León De Greiff. Daniel Arango los acompaña.
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LA CAMPEONA NACIONAL
ADRIANA SALAZAR PUBLICA SU PRIMER LIBRO |
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“"Si el maestro conoce como
piensa su alumno y le ayuda a descubrir la fuente del acierto o del error,
sin duda le está dando pautas adecuadas para acertar en la diversas situaciones
escolares y cotidianas. Es decir, lo importante es saber hacer la transposición
a la vida de cualquier experiencia llevada a cabo en el tablero..
La autora, nueve veces campeona nacional, entre 1981 y 1996, con infinidad de títulos de competencias y experiencias docentes ha plasmado sus ideas a través de once capítulos: 1. Primeros Pasos. 2. Pautas sobre táctica. 3. Cómo estudiar una partida. 4. Pautas sobre estrategia. 5. Ataques directos al rey. 6. Pautas sobre el final de la partida. 7. Iniciación al mundo de las aperturas. 8. Campeones mundiales. 9. Juegos paralelos. 10. Galería de problemas. 11. Soluciones de las fichas para el alumno.
En su parte introductiva, la maestra internacional,
expone calidamente sus vivencias con un tema que no es usual en los libros
que se escriben sobre el ajedrez y que tampoco es lo suficientemente explotado
en el aula o por quienes en algún momento desempeñan la función de orientar
en sus primeros pasos al niño o niña ajedrecista: el tema de los valores
y la ética. Antes de conocer el enfoque de la maestra Adriana
“ ...y para crecer en valores “
Era
muy pequeña Ana María
cuando jugó su primera partida de ajedrez. Sentada frente al tablero, balaceaba
los pies intentando colocarlos en el suelo. Su mirada contemplaba las pieza...
y a veces divgaba. De improviso su compañero de juego exclamó:
- ¡ Jaque Mate ¡ Ana María miro fijamente el
ajedrez, comprobó que la partida hacía concluido, estiró la mano para felicitar
a su adversario y saltó de la silla rápidamente en busca de su profesor.
Juntos repitieron todos los movimientos
hechos en la partida y los analizaron.
El profesor pudo detectar que Ana María
inventaba planes ingeniosos pero fallaba al calcular las jugadas. Ella Comentó
su dificultad para concentrarse durante todo el juego y la impaciencia que
sentía cuando su adversario tardaba un poco en jugar. Confesó que la
entristecía la derrota y, sin embargo, deseaba jugar una partida más.
Aprovechando la ocasión, conversaron sobre
la alegría de jugar la simpatía de su contrincante, la paciencia, la aceptación
del error, la cortesía y la valentía.
Probablemente Ana María progresará en el
ajedrez, pero con certeza, será una mejor persona, gracias las palabras
oportunas de su profesor.
Colocar el ajedrez al servicio de la
educación tiene como finalidad cultivar valores y desarrollar el arte de
pensar. Más allá de enseñar complejas jugadas y variantes agudas, el profesor
tendrá la posibilidad de ampliar su campo de acción para continuar la sana
construcción del mundo interno de los niños.
Me referiré a los valores que con mayor
evidencia se pueden forjar a través de la pedagogía del ajedrez, basándome en
experiencia directa con mis alumnos a lo largo de varios años.
El respeto es una condición imprescindible para que una partida
se lleve a término. Desde el primer encuentro con el ajedrez, los niños aprenden
a respetar el turno para ejecutar cada movimiento, a esperar en silencia y
sin incomodar a su compañero mientras piensa la jugada, a compartir el tablero
como un espacio común y a entender que el otro es indispensable para construir
el juego.
La conocida norma “pieza tocada, pieza
jugada” es una forma de asegurar el respeto y la cordialidad entre los
jugadores. Si se quebranta reinará el enojo. El maestro puede además, utilizar
esta norma infranqueable para enseñar a sus alumnos a
responsabilizarse de sus actos.
Crear una conciencia en los niños sobre las
consecuencias de sus actos es una labor ardua para los educadores. Con el
ajedrez, las palabras son necesarias porque cualquier error cometido durante
la partida trae efectos
inmediatos. Normalmente el contrincante detecta la equivocación y aprovechas
las posibilidades, con lo cual tácitamente dice “ asume las consecuencias” o “
piensa antes de actuar”. Por fortuna, las jugadas buenas y los planes acertados
también se premian.
Todas las reglas del ajedrez son fijas. Ningún
jugador las puede alterar según su conveniencia y esto incluye a los niños.
Acatar las normas es una de las condiciones indispensables para la
convivencia armónica y por lo
tanto, desde temprana edad se debe interiorizar este requisito. Acudir a un
juego cuya naturaleza es exigente en su reglamento es un buen entrenamiento
para los pequeños. De hecho, muy pocas veces he tropezado con alumnos que
pretendan alterar el reglamento, basta que sea explicado con precisión y ellos
lo respetan, al igual que el de cualquier juego espontáneo que se inventen.
¿ Ha observado lo justos y honestos que son los niños cuando crean colectivamente
sus propios juegos? Ellos establecen condiciones equitativas e inamovibles
que cumplen hasta el final. Aunque no puedan verbalizar claramente, saben
que la anarquía sólo causa dificultades
que para vivir en armonía se necesitan reglas firmes.
Así como son indispensables estas reglas para
una buena convivencia, también lo son las reglas de cortesía. Sin ellas,
la vida resultaría áspera y poco amable. Es una obligación colectiva
procurar bienestar a quienes nos rodean, y una de las maneras es incorporando
en nuestra cotidianidad la cortesía.
Con frecuencia podemos ver madres
insistiendo para que sus hijos pequeños saluden, se despidan, agradezcan y
soliciten un favor. Ellas saben que parte del éxito del proceso de
socialización consiste en convertir estas actitudes en hábitos espontáneos.
En el ajedrez, también existen normas de
cortesía que son un ritual. Resulta emocionante presenciar este acto en la gran
sala de la Olimpiadas Mundiales por Equipos donde se reúnen cientos de
ajedrecistas procedentes de casi todos los países. Luego de que el árbitro
anuncia el inicio de las partidas, todos estrechan sus manos como símbolo de
amistad sin importar las diferencias de razas, edades, religiones,
nacionalidades y posiciones políticas. De igual manera, al concluir la partida,
el ritual se repite. El perdedor felicita a su contrincante y el ganador evita
festejar escandalosamente su victoria frente al oponente. Eso es lo cortés:
comportarse con humildad y prudencia.
El maestro puede aprovechar los festivales infantiles o encuentros
amistosos para promover las normas de cortesía y las buenas maneras que ayuden
a una plácida convivencia en sociedad. Me atrevería a sugerir que no sólo las
“promueva” sino que las “exija”.
En especial, después de la derrota, el niño debe aprender a felicitar
a su contrincante, a reconocer su triunfo y a evitar las excusas falsas que
intenten rebajar el éxito del otro. Este momento, que puede parecer un poco
difícil para un niño, es preciso para hacerle entender que el éxito y el
fracaso son fluctuantes y que ninguno de los dos altera su valor como
ser humano.
El horizonte del “eterno perdedor” puede ser desconsolador si se impregna
del negativismo y la baja autoestima. Usualmente, abandona la lucha antes de
iniciarla, manifiesta desinterés por la actividad aunque en el fondo desea
avanzar, se deprime y siente miedo.
Este niño necesita un adulto hábil que le explique la inversión que ha
realizado en su tabla de valores y que tenga la fuerza suficiente para
devolverle la confianza en si mismo, que en la mayoría de las veces ha sido
atrofiada por la imprudencia de alguien que le repetía una y otra vez no puedes
lograr las cosas.
Estos niños necesitan un maestro a su lado para poder forjar un mundo
interno fuerte y sano.
Ante las dos situaciones, ganar y perder, existe la posibilidad de sembrar la humildad. En el triunfo, al no hacer alarde del logro y en la derrota al aceptar el error y apreciar las capacidades del otro. Siempre habrá una oportunidad para referirse a los valores, el asunto es permanecer atento a la ocasión.
Forjar un carácter perseverante en sus propósitos es una de las metas que con mayor frecuencia anhelan los padres y maestros. Y es que la palabra perseverar encierra otras cualidades como la disciplina, la voluntad y la tenacidad, sin las cuales ninguna vida puede ser fructífera y coherente. Atemoriza educar y no conseguirlas.
En 1995 recibí una de las mejores lecciones sobre el significado de estas palabras. Tuve la fortuna de ser árbitro auxiliar del Campeonato Mundial Infantil en Brasil. A lo largo del evento fui testigo de la fortaleza física y mental de más de veinte niñas que apenas cruzaban los diez años. En cada movimiento parecía que pusieran su vida en juego y aunque el cansancio las agobiara, seguían luchando. Pocas veces se levantaban de su mesa de juego y aún después de finalizada la partida que en promedio duraba cuatro horas, marchaban con su entrenador a la sala de análisis. Me preguntaba cuánto tiempo habrían invertido en su corta vida estudiando disciplinadamente, y cómo habrían adquirido ese grado tan alto de voluntad y tenacidad.
Supuse que la última ronda del Campeonato sería más breve porque todas adolecerían de fatiga y total... varios puestos de la tabla final ya estaban definidos. ¡Al contrario, fue la sesión más larga!
Como siempre, los niños son los mejores maestros.
Volviendo a los niños que entrarán en el mundo
del ajedrez a través de sus clases, (porque espero que las inicie o las continúe)
podrá deleitarse observando cómo intentan, una y otra vez, resolver problemas
de “jaque mate en una jugada” o similares. Hasta el alumno más
inquieto o incluso apático no podrá resistirse a hacer gala de su tenacidad,
voluntad y disciplina de espíritu. Por supuesto, fluirán más estos valores
si son acompañados por la autoestima.
A lo largo de estos años de compartir el
ajedrez con los niños y las niñas, me ha impactado descubrir que muchos de
ellos adolecían de baja autoestima. Normalmente presentaban los mismos
“síntomas”: ojos tristes, pocas sonrisas, timidez, temor a los adultos, desconfianza
y las palabras patéticas “no puedo” incorporadas a su vocabulario.
Curiosamente, o más bien, lógicamente, coincidían en el bajo rendimiento
escolar. Sus evaluaciones incluían notas sobre fallas de atención,
concentración, análisis, cálculo, etc, lo que ocasionaba poco aprendizaje. En
varios casos se trataba de anomalías especificas que superaban al acudir a
profesionales de distintas áreas, ero muchas veces era un problema de autoestima.
¡Lo que no estaba bien era el corazón, el mundo interno! Los niños pueden
decir claramente qué parte del cuerpo les duele pero difícilmente logran
explicar su malestar emocional y menos aún cuando se sienten agredidos por los
adultos. Los maestros tenemos que desarrollar el arte le pensar y sentir como
niños y además aprender a escucharlos aun cuando no hablen. Así podremos educar
mejor.
Nadie se puede sentir bien si no se quiere a sí mismo, y aunque parezca
una verdad de Perogrullo, con frecuencia se olvida en la casa y en el aula de
clase. Sólo a partir de que el niño se acepte y crea en sí mismo empezará a
construir su autoestima. Aclaro que la confianza en sí mismo no nace únicamente
de la continua reiteración de frases alentadoras sino de la profunda convicción
de las propias capacidades. Es importante que el maestro aprecie y elogie los
pequeños trabajos logrados por sus niños, pero es más significativo que les
abra un horizonte al niño donde puedan conocer todo su potencial y se hagan
conscientes de sus posibilidades.
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El aprendizaje del ajedrez, dirigido por un maestro para quien lo prioritario
sea la construcción del mundo interno de los niños, es un recurso pedagógico
invaluable para afianzar la autoestima. Mostrándoles paso a paso el
juego y llevándolos por los procesos de pensamiento gradualmente, lograran
progresos insospechados, pero el mejor será, la convicción de poder
hacer, solucionar y pensar, porque se revertirá en autoestima. Ojalá a sus clases asistan los niños, las niñas, la alegría y el optimismo.
No es necesario ninguna explicación científica para saber que el aprendizaje
fluye en presencia de ellos porque son alimento para el espíritu. |
Esta característica del ajedrez bien la podrá aprovechar para ayudar a
los niños impulsivos e intolerantes.
Es cierto que la falta de autocontrol aparece en las primeras edades, pero no significa que deba permitirse
y ser laxos ante ello. Es urgente tomar medidas rápidas antes de la adolescencia.
Uno de los aportes más valiosos que puede ofrecer el educador a un niño
es enseñarle a ser dueño de sí mismo, y este aprendizaje nace de la observación
interna, de la posibilidad de inspeccionar el mundo emocional y conocer sus
reacciones.
¡Qué alegría más grande regalarle el ajedrez como un instrumento que le
podrá ayudar a conocer su interior! Allí, cuando esté sentado frente a un
tablero en completo silencio, sólo escuchará el latir de su corazón y no tendrá
más remedio que conversar consigo mismo y vivir esa íntima soledad que nos
obliga a enfrentarnos a nosotros mismos.
El hecho de permanecer en silencio durante unas cuantas horas no
significa que el pequeño ajedrecista se convierta en un ser aislado. ¡Nada más
falso! Durante la partida seguramente estará centrado en sí mismo, absorto,
pero una vez concluya, compartirá con sus amigos.
Una de las cosas que más agradezco de la experiencia pedagógica es la
amistad de mis alumnos, que se ha fortalecido con el paso del tiempo aunque
ellos crezcan y vayan escogiendo caminos diferentes. Así como hemos gozado
siendo equipo en los torneos, también hemos reído con juegos que no son
precisamente ajedrez. Compartimos clases, viajes, situaciones adversas,
momentos felices, triunfos, derrotas.., por lo tanto, ¡siempre seremos amigos!
Imagine por un momento a sus alumnos en la tercera edad, cuando ya no
puedan reunirse a jugar fútbol o baloncesto. ¡Qué satisfactorio sería verlos
jugando una partida de ajedrez! Tendrán otro motivo para continuar su amistad,
un motivo que aprendieron desde niños.
Más de una relación
padre-hijo se ha estrechado gracias al ajedrez. Mi caso personal es uno
de ellos. El ajedrez, al tener ese aire de ‘juego-adulto”, permite
a los padres desenvolverse con comodidad en él y en consecuencia, lo encuentran
grato para compartir con sus hijos.
Para algunas personas no es sencillo habituarse a la lúdica infantil
porque se sienten atropellados en su naturaleza; sin embargo, desean compartir
espacios recreativos con sus hijos. El ajedrez es una opción intermedia al cual
tienen acceso tanto niños como adultos.
Todo educador, maestro o padre de familia quiere transmitir valores, ya
que es bien consciente de que sólo cuando consiga aquello que ha enseñado,
pasará a formar parte del acerbo de sus alumnos y le será útil para la vida.
El ajedrez es un instrumento lúdico y eficaz para ayudar a conseguirlo.., y es
patrimonio de los niños y las niñas.”
Escrito y fotos tomados del libro de la maestra Adriana Salazar V. titulado
“ Juega el maestro... y ganan los niños”